FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS
Es difícil precisar la fecha de
fundación de la Tercera Orden Franciscana u Orden de los Hermanos y de las
Hermanas de la Penitencia, aunque la tradición la coloca en el 1221.
La dificultad crece porque, en
primer lugar, no es una verdadera fundación, sino el acompañamiento espiritual
y la animación del Movimiento Penitencial preexistente. Francisco les
presentará todo un programa de vida que llegará a nosotros con contornos bien
definidos en la primera redacción de la “Carta a todos los fieles”
Aunque hay un debate entre
historiadores sobre el origen de nuestra Orden, los antiguos biógrafos
atribuyen a San Francisco la fundación de una Orden de Penitencia, que vino a
ser, con la Orden de los Hermanos Menores y la Orden de las Pobres Damas de San
Damián, la tercera Orden por él fundada.
Desde el 1221 algunas
Fraternidades acogieron el Memoriale Propisiti fratrum et sororum poenitentiae
como estatuto que después fue común, aunque no exclusivo, de las fraternidades
del área franciscana.
La bula Supra Montem del Papa
Nicolás IV (l289) constituye un momento decisivo en el paso del movimiento
penitencial, inspirado por Francisco y sus hermanos, a Orden de la Penitencia
de san Francisco. La Regla aprobada por esta bula es la primera Regla conocida,
propia de los penitentes franciscanos. Con la Regla que promulga, representa un
acto de aprobación solemne de la Orden.
Quizás una de las claves del
éxito de la Tercera Orden franciscana se encuentre en la notable elasticidad de
la regla de Nicolás IV, que se ajustaba a diferentes posibilidades de vida y a
orientaciones religiosas muy diversas, garantizándoles legitimidad y autonomía
a un tiempo. Los laicos encontraron en ella la posibilidad de pertenecer a una
Orden religiosa en cuanto tal y de asumir un tipo de vida religiosa, reconocida
y aprobada, que se podía poner en práctica en la propia casa, en la familia,
realizando las propias labores de trabajo y disponiendo de los bienes propios.
Pero al mismo tiempo proporcionó un marco de vida para aquellos proyectos de
perfección evangélica, personales o comunitarios, que no querían o no podían
integrarse en otras estructuras ya consolidadas.
La Orden de Penitencia tampoco
escapó a la sospecha de herejía que pesó siempre en la Edad Media sobre
cualquier organización seglar con aspiraciones evangélicas. Muchas de las
comunidades de terciarios fueron sospechosas de dar refugio a herejes, o de
estar de alguna manera asociadas con movimientos contrarios a la autoridad de
la Iglesia, sufriendo en algunos lugares una persecución injusta. Al mismo
tiempo, no es menos cierto que algunos miembros de la Orden Tercera, en
especial en el sur de Francia, estuvieron íntimamente unidos a los Fraticelli y
se opusieron en mayor o menor medida a las autoridades eclesiásticas, obligando
a actuar a la Inquisición.
El fenómeno más importante que
afectó a los terciarios a lo largo del siglo XV fue el de su paulatina división
en dos categorías: la de los terciarios seglares, que vivían en sus propias
casas, y la de los terciarios regulares, que llevaban una vida comunitaria y
claustral y que emitían votos religiosos. La división oficial de la Tercera
Orden Franciscana en dos ramas, la secular y la regular, no se haría sin
embargo oficial hasta la década de 1510, cuando el Concilio V de Letrán acordó
continuar considerando “personas religiosas” únicamente a los terciarios
regulares, que a partir de entonces serían los únicos penitentes franciscanos
que gozarían de los derechos y privilegios propios de las personas consagradas.
El resto de los terciarios franciscanos perdió esa condición y derechos de los
religiosos y pasaron a tener, desde entonces, oficialmente la condición de
seglares. En la práctica, la decisión del Concilio V de Letrán supuso el inicio
de una nueva etapa de la Historia de la Orden de la Penitencia de San
Francisco, que a partir de entonces quedó dividida en dos ramas: la Tercera
Orden Regular (TOR) y la Tercera Orden Secular (TOS o VOT), que en adelante
tendrían historias propias y distintas.
En el siglo XVI, la Orden
Franciscana Seglar sufrirá durante este tiempo las consecuencias de la
evolución cultural, social y política del renacimiento, por una parte, y del
protestantismo, por otra, así como las consecuencias de la separación entre
Conventuales y Observantes, ratificada por León X (1517), y luego el nacimiento
de los Capuchinos (1525). Pero la Tercera Orden ha permanecido siempre “una y
única”. Comenzó la distinción, que no la división, de las fraternidades de la
Orden Franciscana Seglar por obediencias, según estuviesen asistidas
espiritualmente, creándose por contagio una artificiosa división según las
cuatro familias de la primera Orden y de la TOR: Hermanos Menores
(Observantes), Hermanos Menores Conventuales, Hermanos Menores Capuchinos y
Hermanos Terciarios Regulares. El 1521 León X aprueba la Regla de los
Terciarios Regulares (TOR).
Los terciarios debían destacar
por su humildad y pobreza de espíritu no sólo en el campo religioso, sino
también en el resto de los aspectos de la vida cotidiana. La primitiva regla de
Nicolás IV insistía en la prohibición de asistencia a convites, bailes o
juegos. Abogaba asimismo por la moderación en las comidas y establecía la
abstinencia de carne como una de las principales exigencias. El ayuno era obligatorio
todos los viernes. En cuanto a su forma de vestir, los terciarios debían
inclinarse por las prendas sencillas, a ser posible confeccionadas en paños de
baja calidad. La regla de Nicolás IV prohibía finalmente el uso de armas, a no
ser que fuera para defender a la Iglesia Romana o la fe en Cristo o para
defender a su patria, o con licencia de sus ministros. De todos modos, todas
estas disposiciones suponían más una recomendación para la vida diaria que una
verdadera imposición. Por último, un aspecto verdaderamente fundamental en la
vida de las fraternidades terciarias era su dimensión asistencial. La regla de
Nicolás IV indicaba que el dinero que el terciario debía aportar a su
fraternidad debía ir destinado a dos fines: la limosna entre los hermanos más
necesitados, y especialmente los enfermos, y el sostenimiento espiritual de la
fraternidad (misas, sermones, etc.).
La Orden Tercera cuando vive la
dimensión social crea espacios fecundos y de crecimiento en miembros y
fraternidades; cuando la vitalidad es sólo piadosa y eclesial, el número
desciende, como sucede en los siglos XVI y XVII.
SIGLO XVII: Durante los siglos
XVI y XVII pasa de una vida penitencial a una vida devocional y entra en los
ambientes de la alta sociedad como una moda. Crece el número de los grandes
hombres y mujeres que entran en la Orden: reyes y reinas, nobles, eclesiásticos
y políticos…, aunque la calidad de la vida cristiana y evangélica, como la
profundidad espiritual de la misma, disminuye. Se cuenta con fraternidades numerosísimas:
11.000 en Lisboa, o también, 25.000 en Madrid, En Roma como en Nápoles la
nobleza es toda terciaria franciscana.
SIGLO XVIII Durante este siglo
surgen diversas controversias jurídicas acerca de la dependencia de los
franciscanos seglares respecto de las diversas familias franciscanas de la
Primera Orden y de la TOR. Los papas las resolvieron, particularmente Benedicto
XIII (1724-1730), reconociendo a los Hermanos Menores (Observantes), a los
Menores Conventuales, a los Menores Capuchinos y a los Terciarios Regulares, la
facultad de fundar y dirigir las fraternidades de la Tercera Orden, pero
siempre como única Orden.
La Regla de León XIII (1884) y
el resurgimiento de la Orden Tercera Tras compartir con el resto de la Familia
Franciscana la amenaza de supresión, desde mediados del siglo XIX la Orden
Tercera volvió a vivir un período de renovación y de insospechada prosperidad,
debido a varios factores, todos ellos de importancia: La restauración de la
Primera Orden en sus distintas ramas, con un sentido más social y eficiente de
su apostolado y con una conciencia más clara de los recursos franciscanos de
acción. La ola de simpatía hacia san Francisco surgida entre los ambientes
intelectuales. El apoyo decidido de los papas. La difusión de la Tercera Orden
comenzó a llevarse a cabo mediante publicaciones periódicas que difundieron los
ideales franciscanos y que pusieron en contacto a las diferentes fraternidades
entre sí.
Asimismo, los diferentes papas,
desde Pío IX hasta Juan XXIII, habían sido terciarios antes de ascender al
pontificado, y todos ellos hicieron objeto de especial atención a la TOF. Pero
fue León XIII el papa de este período que puso en la Orden Tercera una mayor
preferencia y una mayor esperanza para la regeneración de la sociedad. Por tal
motivo decidió modificar la regla, pensando no sólo en modernizarla, sino
principalmente en hacerla apta para acoger al mayor número de personas La nueva
regla fue promulgada en 1884, mediante la constitución apostólica Misericors
Dei Filius.
Los terciarios llegaron a sumar
varios millones, llegando a extenderse el movimiento incluso fuera de la
Iglesia católica. Con la propagación de la TOF el pontificado buscaba potenciar
la imagen de fuerza y de empuje universalista de la gran fraternidad franciscana
extendida por todo el mundo, aunque sólo fuera para responder a la aparición de
la internacional marxista y a la lucha de clases. Con tal fin se promovió la
celebración de grandes congresos, como el Congreso Nacional celebrado en Madrid
en 1914, que tuvo una gran resonancia. Al mismo tiempo, surgió entre los
terciarios franciscanos un interés por el apostolado social, en consonancia con
la nueva visión de la vocación de la Tercera Orden defendida por León XIII y
con el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia a partir de la encíclica
Rerum novarum. En diversos congresos los terciarios fueron elaborando un
programa de acción social, que comenzaría en las fraternidades con una intensa
formación cristiana y franciscana y una adecuada preparación en el ámbito de la
doctrina social. Recibida esa formación, los terciarios pasarían a formar parte
de asociaciones y organizaciones que promovieran soluciones concretas a los
problemas sociales: asociaciones de profesionales, sindicatos cristianos,
cooperativas, asociaciones juveniles, etc.
Pero no todo era positivo, se
comenzaba a observar que la Regla de León XIII era de escaso contenido
franciscano. Que muchas fraternidades se habían reducido a simples cofradías.
La falta de de vitalidad de las fraternidades se atribuía al gran número de
terciarios admitidos sin mayores exigencias, a la falta de formación, la
excesiva dependencia de los terciarios respecto de los religiosos, que
funcionaban más como directores que como asistentes, a la falta de compromiso
en el campo social.
Es verdad que los congresos,
animados y sostenidos por León XIII, en los que se insiste acerca de la
“concordia fraterna”, la “concordia de los espíritus”, sobre la “unidad” …, y
se vuelve a tratar el tema de lo social como campo específico de la Tercera
Orden. El papa León XIII recibe en audiencia a los delegados del Congreso del
año 1900, acompañados por el cardenal Vives i Tutó, al que participan 17.000
terciarios venidos de todo el mundo, y les dice: “…es necesario que los
terciarios sin tardanza se dediquen a obras de resurrección social y produzcan
en la institución franciscana los frutos maravillosos que ésta encierra en su
esencia y que la han hecho tan importante en la historia”.
ANY 26 – JUNY 2021 - NÚM. 245.