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DESDE MI RINCÓN (Diciembre 2020)

FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS


Hoy me gustaría invitaros a orar a través del siguiente soneto, que a buen seguro os resulta conocido. Hazlo como si fuera la primera vez que lo lees, profundiza en su significado. Guarda silencio…


No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéreme ver tu cuerpo tan herido,

muévanme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porqué te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperaba,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

El soneto es de autor desconocido, aunque se les ha atribuido a diversos autores: Santa Teresa, San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola y a otros.

El poema expresa el puro amor a Dios, al que el autor ofrece amar sin necesidad de un premio eterno (cielo) y temer sin necesidad de la amenaza de un castigo eterno (infierno).

El amor a Dios, desde mi punto de vista, no puede estar basado en el premio que pueda tener (el cielo) o el castigo que pueda sufrir (el infierno) (creo que el castigo te lo da el propio pecado).

Lo que debe mover querer a Dios es el inmenso AMOR que Dios tiene con cada uno de nosotros. Sin merecerlo, a pesar de nuestras miserias humanas.

Me gustaría resaltar dos acciones de este Dios que nos transciende, que es principio y fin, alfa y omega: la primera es que este Dios no reserva nada y ofrece a su Hijo, que muere en una cruz para salvarnos. “No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Con este acto de AMOR y con la resurrección Cristo inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, Cristo vence al pecado, vence a la muerte.

Otro acto que me gustaría resaltar, fruto del AMOR de Dios, es que todo un Dios se baja y se rebaja, y se queda en una forma de pan en la Eucaristía. San Francisco lo resaltaba: “Mirad la humildad de Dios y derramad ante Él vuestro corazón. Tiemble el hombre entero, se estremezca el mundo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo se encuentra sobre el altar. ¡Oh sublime humildad! que el Señor del universo Dios e Hijo de Dios se humilla hasta el punto de esconderse bajo una pequeña forma de pan para nuestra salvación.

Ante este derroche de AMOR y humildad no nos queda nada más que intentar corresponderle desde nuestra poquedad, y unirnos a su AMOR.

 

- ARTICLE ESCRIT PER FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS,
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – DESEMBRE 2020 - NÚM. 239.