FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS
Hoy me gustaría invitaros a orar a través del siguiente soneto, que a buen seguro os resulta conocido. Hazlo como si fuera la primera vez que lo lees, profundiza en su significado. Guarda silencio…
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me
tienes prometido,
ni me mueve el
infierno tan temido
para dejar por
eso de ofenderte.
Tú me mueves,
Señor, muéveme el verte
clavado en una
cruz y escarnecido,
muéreme ver tu
cuerpo tan herido,
muévanme tus
afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin,
tu amor, y en tal manera,
que, aunque no
hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no
hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que
dar porqué te quiera,
pues, aunque lo
que espero no esperaba,
lo mismo que te
quiero te quisiera.
El soneto es de
autor desconocido, aunque se les ha atribuido a diversos autores: Santa Teresa,
San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola y a otros.
El poema expresa el puro amor a Dios, al que el autor ofrece amar sin necesidad de un premio eterno (cielo) y temer sin necesidad de la amenaza de un castigo eterno (infierno).
El amor a Dios, desde mi punto de vista, no puede estar basado en el premio que pueda tener (el cielo) o el castigo que pueda sufrir (el infierno) (creo que el castigo te lo da el propio pecado).
Lo que debe mover querer a Dios es el inmenso AMOR que Dios tiene con cada uno de nosotros. Sin merecerlo, a pesar de nuestras miserias humanas.
Me gustaría resaltar dos acciones de este Dios que nos transciende, que es principio y fin, alfa y omega: la primera es que este Dios no reserva nada y ofrece a su Hijo, que muere en una cruz para salvarnos. “No hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Con este acto de AMOR y con la resurrección Cristo inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, Cristo vence al pecado, vence a la muerte.
Otro acto que me gustaría resaltar, fruto del AMOR de Dios, es que todo un Dios se baja y se rebaja, y se queda en una forma de pan en la Eucaristía. San Francisco lo resaltaba: “Mirad la humildad de Dios y derramad ante Él vuestro corazón. Tiemble el hombre entero, se estremezca el mundo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo se encuentra sobre el altar. ¡Oh sublime humildad! que el Señor del universo Dios e Hijo de Dios se humilla hasta el punto de esconderse bajo una pequeña forma de pan para nuestra salvación.
Ante este derroche de AMOR y humildad no nos queda nada más que intentar corresponderle desde nuestra poquedad, y unirnos a su AMOR.
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – DESEMBRE 2020 - NÚM. 239.