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Misioneros en la Amazonía: Vicariato de Aguarico

 

MISIONEROS EN LA AMAZONÍA ECUATORIANA

Vicariato de Aguarico

Javier Valbuena, OFS.
Laura Puig.
Javier Conejo, OFS.
Marielo Micó.

Esta Semana Santa, para nosotros, fue una Semana Santa Misionera y no pudo tener mejor comienzo, llegamos a Puerto Francisco de Orellana, Coca, el Domingo de Ramos, en plena entrada triunfal en el Paraíso de uno de los grandes misioneros de la Amazonía: José Miguel Goldáraz, O.F.M.Cap. más conocido por el nombre con el que fue rebautizado por el pueblo Naporuna, Achakaspi. Centenares de personas se acercaron durante absolutamente toda la noche para presentar sus respetos al incansable defensor de la justicia con los más vulnerables, con los sufrientes de la absoluta indiferencia, inexistencia. Que, en la Amazonía, es el pueblo indígena de manera muy especial.

El Lunes Santo tuvimos el privilegio de participar de la despedida de las nacionalidades indígenas en el funeral realizado según las costumbres Naporunas, Waoranis y Shuars; en el idioma que Achakaspi dominaba y al que dedicó varios libros, el Kichwa. Y en el funeral del rito romano que se tornó en una multitudinaria fiesta, porque fue una fiesta real; de celebración del tránsito del hermano Achakaspi en brazos de la hermana muerte corporal, al Paraíso de la Selva, junto al Padre y aquellos que le precedieron. Especialmente los Venerables Monseñor Alejandro Labaka y la Hna. Inés Arango. Compañeros de misión, de vida y de sueños; mártires de la Amazonía. Por fin juntos de nuevo entre abrazos y gozos, Inés, Alejandro y José Miguel; al que el Señor concedió una larga vida de entrega, servicio y denuncia profética.

El martes y miércoles Santos fueron días de peregrinaje, de profundizar en la Amazonía, en su ecosistema, como en su compleja realidad social y medioambiental. Río abajo, por el caudaloso Napo, contemplando paisajes de una belleza inimaginables, dejándonos inundar por la luz especial de la selva.

Pero si la inmensidad y belleza inconmensurable de la Amazonía nos sobrecogen, aún es más trascendente cuando sus gentes van progresivamente descubriéndonos su espiritualidad. El pueblo Naporuna es de espiritualidad profunda, intensa y coherente. Viven la Fe desde el alma, nos atreveríamos a decir, desde la mística.

El Espíritu Santo y el guardián de la fraternidad de Nuevo Rocafuerte (el último núcleo poblado de la selva ecuatoriana en la frontera con Perú) quisieron que se nos fueran encomendadas cuatro comunidades. En tres de ellas contábamos con el soporte de un sacerdote capuchino y en todas estábamos apoyados por los catequistas del lugar.

Iglesia inculturada, Iglesia viva y fecunda a la que con todo respeto y humildad hemos acompañado en el Amor Fraterno y Servicio; en el Calvario y las cruces que nos encontramos en la indiferencia y finalmente en la Gloria del Resucitado, auténtica Esperanza para la Amazonía.

Celebraciones intensas todas, sentidas y vividas por todos y cada uno de los presentes. Especial reflexión y reconocimiento al trabajo de los catequistas, erigidos por la comunidad como Servidores de la Comunidad.

El pueblo Naporuna vive en la actualidad muchas cruces, la más dañina es sin ninguna duda la indiferencia. Una indiferencia que bebe en las fuentes de la privación de dignidad y se convierte en olvido y falta de justa reciprocidad. Los pueblos indígenas de la Amazonía están padeciendo un “etnocidio” tanto cultural como personal para satisfacer la avidez de petróleo, oro y maderas preciosas. Recursos que son expoliados de forma sistemática y sin ningún rubor. Pero al robo, incluso cuando este se ejecuta en un marco legal (inmoral), de los recursos, hay que incorporar el cómo se ejecuta, cómo se lleva a cabo esta actividad legal extractiva. Y es que las empresas implicadas en la explotación de la minería, petróleo, madera y agricultura intensiva, lo hacen sin tener el más mínimo respeto por el entorno y mucho menos a sus gentes.

A la cruz de la indiferencia se suma, como indicábamos anteriormente, la retirada de dignidad de los pueblos originarios. Sin el más mínimo respeto a su milenaria cultura, a su lengua, a su modo de vida, a su organización.

Condenándoles al ostracismo en todos los ámbitos: educativo, sanitario, económico, infraestructuras… 

La cruz de la contaminación de las aguas, de la destrucción del ecosistema, de los derrames de petróleo constantes. La cruz del alcoholismo inducido, pues han sido muchos los años en que distintas compañías extractivas han estado regalando ingentes cantidades de bebidas alcohólicas a los pueblos indígenas. La cruz de los suicidios de los jóvenes indígenas, que perdiendo su centro, perdiendo su identidad se desorientan hasta el punto de terminar con su propia vida. “Suicidio”, palabra que no existe en su vocabulario. La cruz de la falta de esperanza ante la falta a simple vista de futuro. La cruz de algunas partes de la Iglesia que miran hacia otro lado, que no se implican en conciencia con aquellos que más lo necesitan, Párrocos de comodidades, de serenidades y de espacios de confort que ni entienden ni respetan la inculturación del Evangelio.

Todas, absolutamente todas las cruces, se disipan en la Gloria de la Resurrección de Cristo, un Dios con nosotros que se hace uno con cada uno de los pueblos indígenas, que han sido creados por Él, que han desarrollado toda su historia y cultura por Él y que han sido salvados por Él. Una Resurrección que se hace, se construye y se crea a través de los misioneros de hoy y de siempre. También a través del pueblo de Dios que rompe el velo del Templo de la indiferencia y la injusticia. Para, desde la luz de la Resurrección, andar caminos de justicia e igualdad. Una Pascua que, en definitiva, brota de los corazones conversos de cada uno de nosotros, estemos dónde estemos. Porque algo que hemos aprendido es que la misión no se hace caricia de Dios exclusivamente en la ribera del Napo. La Pascua misionera que libera a los más vulnerables de sus cruces se fragua y alcanza desde Granollers, desde Barcelona, desde Madrid o desde Jaén.

Con nuestras propias cruces, solamente seremos verdaderos seguidores de Cristo al genuino estilo de Francisco, si transformamos las cruces de los pueblos indígenas de la Amazonía en rayos de Esperanza. Porque la misión o se hace compartida o no es misión. Al igual que la Pascua o se convierte en acción concreta o no es Pascua.

Los grandes sabios guerreros de las nacionalidades indígenas se convierten en jaguares o pumas. Esto puede ser en vida o en el momento del tránsito a la vida eterna. El Pachayaya (Dios) camina por la selva acompañado de un jaguar, todos en Aguarico sabemos que es el jaguar Achakaspi, velando por sus hermanos, cuidando de su grey. Monseñor Adalberto Jiménez Mendoza, O.F.M.Cap. cuenta con un alma custodio más entre los que le ayudan en su servicio. No queremos olvidarnos de él, que ha sido padre, hermano e inspiración para todos nosotros. Auténtica ternura de Dios en Aguarico.

Y pedimos al Señor que de fuerzas a través de su Espíritu a tantos “locos de Cristo” que hemos conocido: Rafael (diocesano polaco); La comunidad de focolares de Pompeya (Iñaki, Siro y Fabián), las hermanas del Sagrado Corazón, Franciscanas Terciarias, las hermanas Oblatas….

En Dikaro han visto estos días al jaguar; Achakaspi camina y nos marca el sendero. Sigamos sus huellas, hagamos camino tras las huellas de Achakaspi. Perseveremos en la justicia, la equidad, el cuidado del medio ambiente y acompañemos en su peregrinar a los Waorani, Shuar y Naporuna.

 
- ARTICLE ESCRIT PER JAVIER VALBUENA, OFS – LAURA PUIG - JAVIER CONEJO, OFS I MARIELO MICÓ.
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SEGLAR DE CATALUNYA.
ANY 30 – JUNY 2025 - NÚM. 288