FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.
¿Se ha muerto el abuelo? Pregunta un niño a su
madre. Esta le tiene que decir que sí, asegurando que se ha ido al Cielo. El
niño no lo comprende… Si no estaba enfermo. Me acompañaba a la escuela hace
poco. ¿Cómo no me dijiste que se iba a morir? Esta y otras preguntas de un niño
nos la hacemos los mayores.
No hace mucho teníamos problemas, enfermedades,
nos sentíamos incapaces de hacer algunas cosas, nos teníamos que conformar con
otras. Lo mismo con el tener más o hacer cosas mejores, pero sobrevivíamos
aceptando, a nuestra manera, nuestras debilidades con pequeñas ilusiones, el
cariño de los nuestros, los amigos, quizá no muchos, pero fieles. Pero un día
llegó una noticia de lejos, veíamos extrañados a aquellas personas con
mascarillas, con guantes, con tantas precauciones. Luego fueron las ciudades
vacías, los enfermos, la construcción de nuevos hospitales. No era cosa
nuestra, pero fue cuestión de tiempo para que lo experimentáramos.
Y ahora preocupados, casi agobiados, nos miramos
unos a otros incrédulos. ¿Pero no era cosa del pasado cuando no había
científicos, profesionales, ni experiencia que se tiene ahora? Con razón lo
dijo el Papa Francisco en la oración que el 27 de marzo presidió en una vacía y
austera plaza de San Pedro: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y
deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos
construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos
muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y
da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”. De la debilidad, del miedo, de
la incomprensión nació una flor pequeña, pero de raíces profundas, comenzó a
crecer algo que teníamos aletargado, y que aparece siempre cuando la sociedad
pasa por momentos difíciles: La solidaridad.
Todos a una a poner de su parte. Unos, a
preocuparse por los que viven solos, otros, a procurar lo necesario para los
sustentos de las personas que viven en precariedad. Salieron a la luz unos
personajes que parecían sacados del cine, de los tebeos, que sólo existían en
la ciencia ficción: los héroes y ahí el personal médico, los que cuidan de los
acogidos en las residencias, los que vigilan en las calles y un largo etcétera.
Para ellos los aplausos, el agradecimiento. Y para la inmensa mayoría de confinados
para tiempo en un espacio reducido, con niños o con personas deficientes; y
otros pensando qué pasará con sus negocios o con sus puestos de trabajo… Pienso
que hay algo más que ha nacido en mucha gente. Es el mirar a lo alto y al
interior de uno mismo. Es el pedir, el invocar, el tener presente delante del
Dios de la vida nuestros miedos, nuestras dudas, pedirle su paz y para aquellos
que sabemos que sufren, su alivio. Y para los que han fallecido -que no se les
ha podido despedir ni acompañar en esta vida- que les acoja en su regazo. Todos
esperamos que cuando pase esta tormenta (de nuevo con palabras del Santo Padre)
todos hagamos lo posible por construir un mundo más fraterno y solidario donde
no dejemos de lado a nadie por débil y frágil que sea.
- ARTICLE ESCRIT PER FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.,
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – MAIG 2020 - NÚM. 233.