FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.
Me pongo a escribir este artículo cuando ya se nos
ha permitido dejar, por unas horas, el confinamiento y sabemos el día que
volveremos a abrir nuestras Iglesias para celebrar la Eucaristía. Creíamos que
esto de la peste era cosa del pasado, historia vivida debido a que no se tenían
los avances sanitarios que nuestra generación había alcanzado.
Viene a la memoria cuando, al inicio de este año,
comenzamos a sentir que un virus, coronavirus, había comenzado en la lejanía,
como una cosa propia de otros lugares que no nos llegaría nunca, noticias que
no iban con nosotros. Pero se nos presentó, con gran fuerza, en Italia,
nuestros vecinos. Y seguidamente, al lado nuestro, avanzando por todo nuestro
territorio.
Que extrañas cosas tiene la vida, qué cambios nos
llegan de una forma inesperada, urgente: del acércate al aléjate, de vente
conmigo al mejor solos. Pasaron, por prescripción, la hora de los besos, de los
abrazos, de los apretones de manos. Llegó la hora de las miradas, de la
sonrisa, del deseo.
En las Iglesias, en pocas horas, de pedir
cercanía, evitar quedarnos diseminados entre los bancos, a que dejaran espacios
de seguridad. En el Padrenuestro de cogernos las manos a rezarlo como islas, en
la paz de darnos la mano a un movimiento de cabeza o, sencillamente, nada. En
las visitas a nuestros enfermos de los saludos cariñosos a la máxima protección
o una llamada por teléfono para saber cómo se encuentran y que sepan que están
en nuestros recuerdos. Cuando nos cruzábamos os cruzábamos en la calle de la
cercanía que indicaba amistad, alegría por el encuentro, a unas palabras
rápidas y frías dichas en la distancia. Y con el tiempo a no vernos. A estar
cada uno confinado en su domicilio.
En las noticias, en las redes sociales, en las
conversaciones con los cercanos y con los que nos comunicamos triunfa el
pesimismo, la derrota, el preguntarnos hasta cuánto durará. El dolor crecía con
las noticias sobre los enfermos, los fallecidos sin poder acompañarlos, ni ser
despedidos. La situación nos llevaba a reconocer nuestra humildad ante la
soberbia que nos creía autosuficientes. Esto durante semanas fue un peso, un
sentimiento de impotencia. Nos asaltan las dudas ¿Cómo nos saludaremos, ¿cómo
llevaremos a cabo nuestras felicitaciones, nuestros sentimientos de pésame?
Quizá tengamos que agudizar los mensajes no verbales
que se expresan a través del cuerpo como hacemos ahora con la mirada, la
sonrisa, la tristeza. Tendremos que aprender a expresarnos ante las personas:
la lejanía o la cercanía, el sentimiento de cariño o la indiferencia.
Debemos dejar pasar el tiempo y ver cómo van y vienen los acontecimientos.
Confiar que, como en muchas otras cosas también para estas encontraremos
soluciones. Quizá este sea sólo un tiempo que lo recordaremos en nuestra vida,
como una isla extraña, donde nos tocó vivir. En una u otra circunstancia
siempre tendremos la mano de Dios que siempre nos acompañará.
- ARTICLE ESCRIT PER FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.,
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – JUNY 2020 - NÚM. 234.