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DESDE MI RINCÓN. (Julio 2020)

FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS















Hoy me gustaría compartir con vosotros una historia, una especie de cuento que nos podemos aplicar a nosotros mismos y a nuestras fraternidades. Se titula: la vaca.

La historia cuenta que un viejo maestro deseaba enseñar a uno de sus discípulos la razón por la cual muchas personas viven atadas a una vida de conformismo y mediocridad y no logran superar los obstáculos que les impiden triunfar. No obstante, para el maestro la lección más importante que podía aprender el joven discípulo era observar lo que sucede cuando finalmente nos liberamos de aquellas ataduras y comenzamos a utilizar nuestro verdadero potencial.

Para impartir su lección al joven, el maestro decidió que aquella tarde visitaran juntos algunos de los parajes más pobres de la provincia. Después de caminar un largo rato encontraron el vecindario más triste y desolador de la comarca y se dispusieron a buscar la más humilde de todas las viviendas. Aquella casucha a medio derrumbarse, que se encontraba en la parte más alejada del caserío era, sin duda alguna, la más pobre de todas. Sus paredes se sostenían en pie de milagro aunque amenazaban con venirse abajo en cualquier momento; el improvisado techo dejaba filtrar el agua, y la basura y los desperdicios se acumulaban a su alrededor dándole un aspecto decrépito y repulsivo. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que en aquella casucha de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas.

Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total la familia contaba con una sola posesión extraordinaria bajo tales circunstancias, una vaca. Una flacuchenta vaca cuya escasa leche le proveía a la familia un poco de alimento para sobrevivir. La vaca era la única posesión material con la que contaban y lo único que los separaba de la miseria total. Y allí, en medio de la basura y el desorden, el maestro y su discípulo pasaron la noche. Al día siguiente, muy temprano, asegurándose de no despertar a nadie, los dos viajeros se dispusieron a continuar su camino. Salieron de la morada, pero, antes de emprender la marcha, el anciano maestro le dijo en voz baja a su discípulo: 
- Es hora de que aprendas la lección que nos trajo a estos parajes.

Ante la incrédula mirada del joven, y sin que éste pudiera hacer algo para evitarlo, súbitamente el anciano sacó una daga que llevaba en su bolsa y de un solo tajo DESPEÑÓ a la pobre vaca que se encontraba atada a la puerta de la vivienda. -
¿Qué has hecho maestro? –dijo el joven susurrando angustiadamente para no despertar a la familia-. ¿Qué lección es ésta que deja a una familia en la ruina total? ¿Cómo has podido matar esta pobre vaca que era su única posesión? 
Sin inmutarse ante la preocupación de su joven discípulo y sin hacer caso de sus interrogantes, el anciano se dispuso a continuar su marcha. Así pues, dejando atrás aquella macabra escena, maestro y discípulo partieron. El primero, aparentemente indiferente ante la suerte que le esperaba a la pobre familia por la pérdida del animal. Durante los días siguientes al joven le asaltaba una y otra vez la nefasta idea de que, sin la vaca, la familia seguramente moriría de hambre. ¿Qué otra suerte podía correr tras haber perdido su única fuente de sustento? 

La historia cuenta que, un año más tarde, los dos hombres decidieron pasar nuevamente por aquel paraje para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda. El lugar parecía ser el mismo, pero donde un año atrás se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande que, aparentemente, había sido construida recientemente. Se detuvieron por un momento para observar a la distancia, asegurándose que se encontraran en el mismo sitio. Lo primero que pasó por la mente del joven fue el presentimiento de que la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado duro para aquella pobre familia. Muy probablemente, se habían visto obligados a abandonar aquel lugar y una nueva familia, con mayores posesiones, se había adueñado de éste y había construido una mejor vivienda. ¿A dónde habrían ido a parar aquel hombre y su familia? ¿Qué habría sucedido con ellos?

Cuál no sería su sorpresa cuando, del interior de la casa, vio salir al mismo hombre que un año atrás les había dado posada. Sin embargo, su aspecto era totalmente distinto. Sus ojos brillaban, vestía ropas limpias, iba aseado y su amplia sonrisa mostraba que algo significativo había sucedido. El joven no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo era posible? ¿Qué había acontecido durante ese año? Rápidamente se dispuso a saludarle para averiguar qué había ocasionado tal cambio en la vida de esta familia.

-Hace un año, durante nuestro breve paso por aquí –dijo el joven- fuimos testigos de inmensa pobreza en la que ustedes se encontraban. ¿Qué ocurrió durante este tiempo para que todo cambiara? 

El hombre, que ignoraba que el joven y su maestro habían sido los causantes de la muerte de la vaca, les contó cómo, casualmente el mismo día de su partida, algún maleante, envidioso de su escasa fortuna, había despeñado salvajemente al pobre animal. El hombre les confesó a los dos viajeros que su primera reacción ante la muerte de la vaca fue de desesperación y angustia. Por mucho tiempo, la leche que producía la vaca había sido su única fuente de sustento. Más aún, poseer este animal les había ganado el respeto de los vecinos menos afortunados quienes seguramente envidiaban tan preciado bien. 

-Sin embargo –continuó el hombre- poco después de aquel trágico día, nos dimos cuenta que, a menos que hiciéramos algo, muy probablemente nuestra propia supervivencia se vería amenazada. Necesitábamos comer y buscar otras fuentes de alimento para nuestros hijos, así que limpiamos el patio de la parte de atrás de la casucha, conseguimos algunas semillas y sembramos hortalizas y legumbres para alimentarnos. -Pasado algún tiempo, nos dimos cuenta que la improvisada granja producía mucho más de lo que necesitábamos para nuestro sustento, así que comenzamos a venderle algunos vegetales que nos sobraban a nuestros vecinos y con esa ganancia compramos más semillas. Poco después vimos que el sobrante de la cosecha alcanzaba para venderlo en el mercado del pueblo. Así lo hicimos y por primera vez en nuestra vida tuvimos dinero suficiente para comprar mejores vestidos y arreglar nuestra casa. De esta manera, poco a poco, este año nos ha traído una vida nueva. Es como si la trágica muerte de nuestra vaca, hubiese abierto las puertas de una nueva esperanza. 

El joven, quien escuchaba atónito la increíble historia, entendió finalmente la lección que su sabio maestro quería enseñarle. Era obvio que la muerte del animal fue el principio de una vida de nuevas y mayores oportunidades. 
El maestro, quien había permanecido en silencio escuchando el fascinante relato del hombre, llevó al joven a un lado y le preguntó en voz baja: 
- ¿Tú crees que, si esta familia aún tuviese su vaca, habría logrado todo esto? 
-Seguramente no– respondió el joven. 
- ¿Comprendes ahora? La vaca, además de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Cuando ya no contaron más con la falsa seguridad que les daba sentirse poseedores de algo, así sólo fuera una flacucha vaca, tomaron la decisión de esforzarse por buscar algo más. 
-En otras palabras, la vaca, que para sus vecinos era una bendición, les daba la sensación de no estar en la pobreza total, cuando en realidad vivían en medio de la miseria. 
-¡Exactamente!– respondió el maestro-. Así sucede cuando tienes poco, porque lo poco que tienes se convierte en una cadena que no te permite buscar algo mejor. El conformismo se apodera de tu vida. Sabes que no eres feliz con lo que posees, pero tampoco eres totalmente miserable.

• ¿Cuál es la vaca de tu vida? ¿Qué es lo que no te hace crecer? ¿Cómo despeñarla?
• ¿Cuál es la vaca de tu fraternidad? ¿Qué es lo que no deja crecer a tu fraternidad? ¿Cómo despeñarlo?

- ARTICLE ESCRIT PER FRANCISCO JAVIER CONEJO, OFS,
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – JULIOL 2020 - NÚM. 235.

ANTE LAS DIFICULTADES TRIUNFA LA SOLIDARIDAD.

FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.


Muchas veces nos quejamos del egoísmo, la insolidaridad, la falta de sensibilidad de las personas que nos rodean. Una y otra vez, en la catequesis o, los sacerdotes en la homilía comentamos textos del Evangelio ahondando en que nos preocupemos y seamos solidarios unos por otros.

Una manera de motivar a estas actitudes básicas del cristiano se encuentra en hacer aflorar los testimonios de vida e inquietudes, de los que se encuentran ayudando a los demás. A partir de ellos puede venir la reflexión de lo que uno hace y la conversión para tomar decisiones y ponernos a colaborar nosotros.

Esto lo digo pensando en dos películas que se han estrenado últimamente sobre un mismo tema: La discapacidad intelectual y el autismo.

En el 2018 “Campeones” de Javier Fesser. La historia muestra cómo Marco (Javier Gutiérrez), un entrenador de baloncesto, que debido a sus numerosos problemas profesionales y personales es condenado a hacerse cargo de un equipo compuesto por personas de discapacidad intelectual. Mientras cumple su pena entre enfados y sorpresas llega a cambiar su vida. Es una película amable, llena de anécdotas y vivencias que nos hacen reflexionar, no nos dejan indiferentes.


Este mismo año hemos podido ver, unas semanas antes del confinamiento, una película aún más dura con la realidad: “Especiales” de Olivier Nakache y Éric Toledano. Narra la historia de dos amigos que han creado una asociación para atender a jóvenes con autismo y severos problemas de conducta. Conjuntamente forman a jóvenes de barrios marginales para que puedan llegar a ser cuidadores de los acogidos por autismo. Quizá el mayor valor de la película es que se cuentan historias reales con las que buscan que los espectadores salgan de la indiferencia en estos problemas.


Pienso que muchos de nosotros conocen e, incluso en algún momento, haya tenido la oportunidad de vivir con personas autistas o semejantes y haya observado que se llega a una cierta compenetración que termina enriqueciendo a cuidador y acogido. Crean un espacio en que la persona que cuida y el que es cuidado se vuelven uno con el otro, compañero de viaje, compartiendo una misma condición humana como se ve en “especiales”.

Es cumplir ese nuevo mandamiento que nos da Jesús: “Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado” “en esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Jn 13:34-35)

Me permito recordar unos años que viví cercano a los hermanos de Cruz Blanca en Barcelona con su espiritualidad franciscana. Vi su compromiso de entrega y alegría del que tanto aprendí y tanto recuerdo. Es, seguir a Francisco de Asís que, acercándose al leproso, abrazándolo, le dio la oportunidad de renacer. Hay que agradecer estos testimonios de vida y les tenemos que aprovechar para que la nuestra quede enriquecida, cambiada para bien.


- ARTICLE ESCRIT PER FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.,
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA.
ANY 25 – JULIOL 2020 - NÚM. 235.