FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.
La motivación para salir de casa puede ser muy variada,
con intenciones muy diferentes. Por ejemplo: Ir a encontrarse con un amigo, ir
a llevar a cabo un compromiso o sencillamente ir a caminar por deporte o por
motivos de la salud. En fin, podíamos pensar en una lista interminable.
Hoy quisiera referirme a algunos motivos de
salidas diferentes que he observado y que me han hecho reflexionar. Pudieran
ser las cosas a las que damos importancia en la vida. Salen por la mañana
padres o abuelos con los niños. Van de prisa, miran con frecuencia la hora en
el reloj y, con cierta ansiedad, el color rojo de los semáforos. Temen llegar
tarde. Es la hora que comienza el colegio. Tanto los hijos como los padres
saben de memoria el camino, pero la urgencia de llegar a su destino no les deja
observar ningún detalle. Es una salida por obligación.
De distinta manera iban padres y abuelos con los
niños en la tarde de un 5 de enero. Todos ellos comentando cosas, saludándose
con conocidos, con amigos y otros de la familia. Unos preguntan cómo serán los
próximos acontecimientos, otros los explican usando más o menos la imaginación.
Se dirigen a la cabalgata de reyes y los ojos están bien abiertos para poderlo
observar todo, no perderse nada. Es la salida de la ilusión.
Hay un tipo de salida que suele ser para dirigirse
al centro de la ciudad o los centros comerciales donde se encuentran los
escaparates, las luces, los reclamos de los productos que pretenden ofrecer.
Todos van dispuestos a tener los ojos bien abiertos, pero no sobre los detalles
con los que se pueden encontrar en el camino, sino sobre aquello que se les
puede ofrecer y que más les guste. Muchas veces hablando por el móvil con
personas que están lejos de ellos, mientras que pierden el rostro y los detalles
de los que cruzan cerca. Es el tiempo de las rebajas. Todos sus sentidos
centrados en no olvidarse de nada, ni de nadie. Es la salida de la obsesión.
Distinto es un paseo familiar de un domingo por la
mañana. Hay familias que salen a tomar el sol, van sin prisa deteniéndose a
saludar a los conocidos. Se dirigen a la iglesia para participar en la
Eucaristía. Saben que les va a hablar la Palabra de Dios, que se van a sentir
enriquecidos en su vida. Es salir de casa para compartir la vida. Una salida
ideal que la hace poca gente pero que no se puede pasar por alto. La salida
ideal de la contemplación.
Esta reflexión me hace pensar en nuestras salidas
y entradas de casa. Las razones por las que las hacemos, la vida que llevamos,
aquello que compartimos, la gente que saludamos, aquellos con los que hablamos.
Nos podemos preguntar: ¿Cuántas veces hemos ido y
vuelto a los sitios sin nada que llevar, ni nada que traer? ¿Cuántas veces
hemos salido de vacío y volvemos llenos de esperanza? ¿Cuántas veces hemos
salido con problemas, ilusiones, y los podemos compartir? y ¿cuántas volvemos,
con los mismos problemas, sin nada que conseguir, ni nada que nos digan?
¿Cuántas veces las cosas que nos han compartido nos han dado motivos para orar:
para pedir o para dar gracias?
- ARTICLE ESCRIT PER FRA FRANCISCO PESQUERA, OFMCONV.
PUBLICAT AL BUTLLETÍ DE L’ORDE FRANCISCÀ SECULAR DE CATALUNYA
ANY 25 – MARÇ 2020 - NÚM. 231.